lunes, 6 de mayo de 2019

Mahler: Sinfonía No 9 - Mov 4, Adagio


En 1907, dos años antes de comenzar a componer su Novena Sinfonía, el mundo de Gustav Mahler cambió del cielo a la tierra. El 17 de marzo renunció como director adjunto de la Ópera de Viena, cargo en el que habia permanecido durante diez años (aunque muy pronto firmará contrato con el Met de Nueva York), capitulando ante las fricciones con la administración y el creciente anti-semitismo de la prensa vienesa. En el interregno de aquel verano, se llevó a Alma y sus dos hijas a su villa en Maiernigg, donde podría componer en la paz de su célebre "cabaña de composición". Pero el 5 de julio, víctima de la fiebre escarlatina, falleció su hija mayor, de apenas cuatro años. Pocos días después, le fue diagnosticada a Mahler la enfermedad cardiaca que se llevaría al compositor a la tumba en menos de cuatro años.


Mahler se negó a regresar a Maiernigg el siguiente verano, por lo que Alma encontró una casa en Toblach, en los Dolomitas (en la cadena montañosa de los Alpes orientales), una enorme granja con once habitaciones, dos terrazas y dos baños, "sin duda algo primitiva, pero en un entorno espléndido", como dijo Alma, refiriéndose a la amplia vista a la montaña. Allí, en el transcurso de los próximos tres veranos, Mahler completará sus últimos trabajos: La Canción de la Tierra, la Novena Sinfonía, e iniciará la décima, que quedó sin terminar cuando finalmente le falló su corazón.

Estas tres obras fueron escritas mientras Mahler estaba obsesionado con la idea de la muerte, y revelan claramente cuán perturbado estaba por su inmediatez. Pero el compositor no se rindió sin pelear, a pesar de que sus médicos intentaron restringir su dieta y le advirtieron que interrumpiera la natación, el ciclismo y el senderismo de que tanto disfrutaba. Sus últimos cuatro años, colmados de compromisos como director, de grandes esfuerzos por componer y variados asuntos personales (una reunión con Sibelius en 1907, sesiones posando para Augusto Rodin en 1909, y una visita única, aquella temida y muchas veces pospuesta sesión con Freud en 1910) difícilmente reflejan la rutina de una persona incapacitada.

Con todo, Mahler había tratado de eludir la composición de exactamente nueve sinfonías, sabiendo que ni Beethoven ni Bruckner habían llegado más lejos que eso. Por ello llamó a La Canción de la Tierra (que siguió a la Octava Sinfonía) "una sinfonía para contralto, tenor y orquesta", sin adosarle número. Solo unos pocos días después de completar la siguiente sinfonía, que él llamó abiertamente, y quizás hasta desafiante, Novena Sinfonía, Mahler se lanzó a componer una décima, como para asegurarse de que había derrotado a la superstición, la que, por supuesto, ganó la partida.

Sinfonía No 9 en Re mayor - 4to Mov - Adagio
La obra se estrenó  de manera póstuma en junio de 1912 por la Orquesta Filarmónica de Viena conducida por el director alemán Bruno Walter, amigo personal de Mahler.
Está estructurada en cuatro movimientos, lentos el primero y el último, rompiendo así con la tradición, aunque Mahler ya había experimentado con un finale lento en su Tercera Sinfonía.
La obra completa dura aproximadamente una hora y media.
Se presenta aquí el cuarto movimiento, el Adagio, marcado, en alemán, Sehr langsam und noch zuruckhaltend, algo así como "muy lento y 'retenido'", o literalmente, "reservadamente". Lo inician las cuerdas.

El final es casi puro silencio, quietud y espera. Los primeros violines cantan una frase del Kindertotenlieder, las canciones del dolor por la muerte de los niños que Mahler, para su propio horror, escribió poco antes de la muerte de su hija María. En los últimos veinticuatro compases, muy lento y pianissimo –una de las páginas más conmovedoras jamás escritas, no obstante las escasas notas la música se aleja gradualmente, serena y resuelta.

La versión es de la Filarmónica de Viena conducida por Leonard Bernstein.


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