jueves, 14 de marzo de 2019

Las Variaciones Goldberg, de J.S. Bach, por Glenn Gould, 1981


Según contó uno de los primeros biógrafos de Bach, un día de otoño de 1740 apareció en casa de Bach, en Leipzig, el diplomático ruso Conde Karl von Keyserling, en visita sorpresa. Le acompañaba su joven tecladista personal, un muchacho de catorce años llamado Johann Gottlieb Goldberg, a quien pretendía dejar ahí instalado para que fuera instruido por el maestro. El conde le contó a Bach que estaba enfermo y sufría de insomnio. Goldberg, que vivía en casa del conde, debía pasar la noche en la antecámara para que tocara para él si se despertaba en medio de la noche luego de haberse dormido escuchándolo. El conde dejó entrever también que le vendrían de maravillas algunas variaciones bien variadas, tranquilas y calmadas unas, algo más vívidas las otras. Aliviarían, de seguro, sus largas noches en vela.


Johann Sebastian aceptó el encargo, por el que fue generosamente retribuido: una copa de oro repleta de luises de oro, cien, para ser exactos. (Para hacernos una idea del monto, cien años más tarde, un luis de oro equivaldrá a veinte francos, la suma que Chopin cobraba por sus lecciones de piano).
El conde nunca se cansó de las variaciones y tomó por costumbre llamarlas mis variaciones. Siguiendo al biógrafo ya mencionado, cada noche sin dormir significaba para el joven Goldberg una sola cosa: que hasta sus oídos llegara la petición del conde, "Querido Goldberg, por favor toca para mí alguna de mis variaciones".

Las Variaciones, en tiempos modernos
Como ocurrió con muchas obras de Bach, las Variaciones Goldberg estuvieron olvidadas durante casi dos siglos. Fueron interpretadas por primera vez en tiempos modernos por la clavecinista polaca Wanda Landowska, en 1933. De ahí en más, las versiones se multiplicaron y, no obstante sus altas exigencias técnicas, en la segunda mitad del siglo XX formaron parte de la discografía de un buen número de pianistas de nuestro tiempo.
Una grabación legendaria fue la que plasmó en 1955 el pianista canadiense Glenn Gould, desafío que volvió a asumir en 1981. Sus versiones, espléndidas, nunca estuvieron exentas de polémica pues Gould fue un pianista brillante a la vez que controvertido y de ideas algo extravagantes.

Glenn Gould (1932 - 1982)
Gould, un enfant terrible
Gould nació en Toronto en 1932. Primero le enseñó su madre, luego vino el Conservatorio Real, y cuando comenzó a dar conciertos lo hizo como artista completo e íntegro. Su repertorio era algo particular, podía incluir a Beethoven, claro está (sus últimas sonatas), pero de ahí saltaba a Berg y Webern. Pensaba que Chopin no había sido un buen compositor, tampoco le gustaba Mozart. Afirmaba tener "una laguna de un siglo delimitada por El arte de la fuga por un lado y Tristán e Isolda por el otro; todo lo que está en medio es un motivo más de admiración que de amor".

La silla, una leyenda
La banqueta que usaba era una silla, que le dejaba frente al piano con la barbilla casi a la altura del teclado, y la que trasladaba a todos sus conciertos. Gustaba de hacer morisquetas mientras tocaba, llevaba el compás con la mano libre y tarareaba la melodía, mientras se balanceaba en su silla que le permitía estar sentado exactamente a catorce pulgadas del suelo. Cuánto de todo eso era genuino y cuánto apuntaba a objetivos publicitarios no se sabe. Por lo mismo, tuvo admiradores fanáticos como decididos detractores.

Bach, un nuevo enfoque
Lo que es inobjetable es la expresión de su descollante personalidad musical. Sus grabaciones fueron una revelación para muchos. Gould exhibía allí una combinación de personalidad, delicadeza, ritmo encantador y seguridad técnica que significó un enfoque nuevo en la interpretación de Bach. Su habilidad para separar las líneas contrapuntísticas y dar a cada una su justo peso era extraordinaria. Con Gould, se escucha todo.
Su carrera concertística solo duró nueve años. Cuando se retiró de los escenarios, Gould se dedicó a grabar. Un ataque al corazón tronchó su nueva senda. Murió en 1982. Solo tenía cincuenta años.

Variaciones Goldberg, en Sol - BWV 988 
Es una de las escasas obras publicadas en vida del autor, en 1741. Consta de un aria y un conjunto de 30 variaciones. Según se señala en la portada original, se trata de "ejercicios para teclado consistentes en un aria y diversas variaciones para clavecín de dos teclados manuales". (Anotemos que en el piano, con su único teclado, la obra se torna algo más difícil). En las presentaciones en vivo se acostumbra reponer al final, el aria inicial, en versión más breve, como para recordar al oyente de dónde venía todo, si bien las variaciones no descansan sobre el tema melódico inicial (una sarabanda, en ritmo de 3/4) sino sobre la línea del bajo y la progresión armónica.

Tema y cinco variaciones
La obra completa dura noventa minutos si se respetan todas las repeticiones. La versión que se presenta aquí contiene el aria y las variaciones 1 a la 5, de la grabación de 1981, que fue también, el último registro que realizó Gould.

7 comentarios :

  1. Preciosa melodía. No tenía idea de la historia. Muy buena. Pobre Gould, tan pronto que se nos fue.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Carlitos: Así es. El pobre Glenn, toda una leyenda, nos abandonó temprano. Gracias por el comentario. Saludos.

      Eliminar
  2. Gracias por ofrecernos esta joya. Una obra maestra que no me canso de escuchar (tb en la versión para cuerdas de Dmitry Sitkovetsky), pero la de Gould es muy-muy especial.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, Emilio: Gracias por tu comentario y la mención de la versión para cuerdas, pues no tenía idea de su existencia. Lo enmendaré de inmediato. Gracias. Y saludos.

      Eliminar
    2. Muy interesante la versión para cuerdas. Aquí va el enlace, por si alguien más se interesa: https://www.youtube.com/watch?v=je8brwUWOew

      Eliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar

Deja aquí tus impresiones, por sencillas que sean. Tu opinión siempre será bienvenida.