La parafernalia llevada al extremo... Y por qué no?
Entre 1840 y 1847, Franz realizó múltiples y extensas giras por toda Europa, visitando ciudades tan alejadas como Sevilla o Moscú. En todas ellas recibió "el cariño de su público", como diríamos hoy. Liszt se esforzaba por complacer a esa audiencia, llegando a tocar tres o cuatro veces a la semana, para especial disfrute de las damas, que se desmayaban en medio del recital, o armaban una trifulca para adueñarse del pañuelo del artista, cuando éste se retiraba, luego de ofrecer un bis con un par de rapsodias húngaras.
Según unos pocos pero intrépidos estudiosos, las rapsodias húngaras de Franz Liszt representan "el lado menos respetable" del compositor. Su encanto residiría no en su invención musical sino en la deslumbrante expansión del espectro de expresión posible en el piano, o dicho de modo menos elegante, en "la variedad de ruidos que pueden hacerse con un piano". Duras palabras.
Pero a Franz le debe haber importado poco. Con que las damas siguieran desmayándose en sus recitales, y se agarraran de las mechas por su pañuelo, estaba todo bien.
¿Parafernalia? Sí. ¿Y por qué no?