miércoles, 23 de febrero de 2011

Schubert: Impromptus Opus 90 - No 4


Thérese Grob (alrededor de 1820), primer amor de Schubert.

El primer amor del pequeño Franz
Los padres de Franz Schubert y de Thérese Grob se conocían desde jóvenes. Eran vecinos en un suburbio de Viena –Liechtental– de modo que los niños de ambas familias jugaron juntos, brincando y corriendo uno tras otro durante gran parte de su infancia. Al calor de esos juegos infantiles, el pequeño Franz tiene que haber advertido la belleza de Thérese en un instante mágico que la historia no registra.
Dos años menor que Franz, al alcanzar los trece años Thérese mostró ser poseedora de una hermosa voz de soprano. Ya más mayorcitos, ambos, en 1814, van a presentarse juntos en el estreno de la Misa en Fa para cuarteto vocal, órgano y orquesta del joven maestro. Schubert, de diecisiete años dirige; Thérese, de quince, es la soprano solista.

El intento de conquista
A partir de ese momento, Franz se embarca en la tarea de conquistarla. Lo consigue, a medias. Al parecer, Thérese sólo lo quería como amigo aunque siempre mantuvo la puerta entreabierta para embates ulteriores. Por otra parte, para los padres de la niña la relación no tenía futuro pues Franz recién iniciaba una incierta carrera como músico y era impensable que pudiera alcanzar alguna reputación o renombre en el corto plazo.

Como si esto no fuera suficiente, el policía Metternich, encargado de la seguridad de Viena y de toda Austria, había dictado hacía poco un decreto que prohibía el matrimonio si el futuro marido no tenía con qué mantener a su mujer. Era justamente el caso.
Son tres o cuatro años de vanos intentos. Schubert procura conseguir alguna plaza como maestro de capilla o de director de alguno de los grandes teatros vieneses pero no tiene éxito.

Finalmente, los padres de Thérese van a encontrar un promisorio novio para su hija en un varón que desempeña el oficio de panadero. "Al menos, el pan no le va a faltar", dicen que dijo madame Grob.
Contraen el sagrado vínculo en noviembre de 1820. El pequeño Franz se cobija en casa del poeta Mayrhofer, con el corazón hecho pedazos.




El Impromptu N° 4 del Opus 90 es el último de esta serie. Está marcado allegretto, o sea rápido pero nunca tanto. El tema introductorio y principal se articula en arpegios descendentes, que caen en cascada y tienen como respuesta unos suaves acordes. Después del natural desarrollo de esta idea, a los dos minutos y 48 segundos de esta versión comienza la sección central, donde los arpegios han sido reemplazados por acordes que sostienen una melodía con cierto aire de lamento o imploración. Luego regresa el tema principal (5:31) que se repite exactamente igual a la primera vez hasta que asoman los dos acordes forte con que termina la pieza.

La versión es del maestro ruso Grigory Sokolov.
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jueves, 17 de febrero de 2011

Franz Schubert: Impromptu N° 3 Op 90


Franz Schubert es el primer gran músico nacido en Viena. Hijo de un maestro de escuela de ascendencia campesina y de una sirvienta cuyo padre era cerrajero, su origen modesto no fue obstáculo para que disfrutara de una infancia tranquila y feliz en la capital del imperio, ciudad que, salvo escasas oportunidades, nunca abandonó desde su nacimiento en 1797 hasta su temprana muerte, a los 31 años, en 1828.

Estos son precisamente los años en que nuestro amado Beethoven residió en Viena. En consecuencia, durante por lo menos 20 años ambos músicos vivieron en la misma ciudad, y aun cuando Schubert veneraba a Beethoven, el hecho curioso es que jamás se trataron, aunque al parecer hubo algún acercamiento en los últimos meses de vida del maestro.
La razón es simple. Tenían amistades y pertenecían a círculos de distinta significación social, cultural y política. Mientras el joven Ludwig andaba a la caza de las hijas de sus amigos nobles, al pequeño Franz con su metro y 52 cm de estatura y sus ojos miopes sólo le alcanzaba para mirar un poco más allá de su estrecho entorno y poner los ojos, a sus dieciséis años, en la hermana menor de la mujer de su hermano Ignaz.

Viena. Vista de la calle Jägerzeile, en tiempos de Schubert.

Los cuatro Impromptus del Opus 90, compuestos en el verano de 1827, son quizás las "piezas pequeñas" de Schubert que han adquirido mayor popularidad. (En la catalogación de un señor de apellido Deutsch se identifican como "D 899".) De uso extendido ya por aquella época, la "forma" impromptu, caracterizada por ser completamente libre, casi una improvisación, va a adquirir gran auge y presencia durante todo el período romántico.


La mano derecha se lleva aquí casi todo el trabajo, con el dedo meñique o "quinto dedo" encargado de la melodía y los demás comprometidos en el acompañamiento arpegiado, que debe mantener, digámoslo así, un "bajo perfil" durante toda la pieza. La mano izquierda sostiene el bajo que en algunos momentos se vuelve protagónico sumando una pequeña cuota de dramatismo en esta pieza esencialmente sencilla.

La versión del maestro Vladimir Horowitz (algo más lenta de lo habitual) ha sido escogida no sólo por su excelencia pianística sino porque constituye un derroche singular de compromiso, simpatía y buena onda.

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jueves, 10 de febrero de 2011

Beethoven: "Emperador" - 2do y 3er mov.


Piano y timbales

Apenas despuntó el año 1809, las tropas napoleónicas se encontraban por segunda vez acampadas en las cercanías de Viena, a la espera del momento político y militar para tomar posesión. La noche del 11 al 12 de mayo bombardearon la ciudad. Ludwig, no pudiendo soportar el estrépito de los cañones, se encerró esa noche en el sótano de su casa con la cabeza entre almohadones pues el estruendo no hacía otra cosa que mortificar sus oídos enfermos.

Sin embargo, este ruido de fondo no fue obstáculo para que ese año Beethoven compusiera su último concierto para piano y orquesta, el N° 5, llamado "Emperador" por su grandiosidad y magnificencia. No está de más recordar que es ésta una etapa de la vida de Ludwig en que la sordera lo acompaña ya por diez años.
El concierto está estructurado en tres movimientos: Allegro - Adagio un poco mosso - Rondo: allegro.

El adagio es uno de los trozos más hermosos escritos por Beethoven. Comienza, pianissimo, con la presentación de un tema de porte amplio, muy expresivo, a cargo de los instrumentos de cuerda. En 1:39, el piano, con dos notas octavadas dará inicio al desarrollo de una melodía de extraordinaria belleza.



Con las tropas francesas a las puertas de Viena, la familia imperial, que era muy seria y responsable, abandonó la ciudad. Y también gran parte de la nobleza, entre ellos el archiduque Rodolfo, amigo de Beethoven quien materializará la despedida en su sonata Los Adioses, dedicada al archiduque y compuesta ese mismo año: Ludwig, impertérrito, se mantenía en la capital del imperio, creando música.

El tercer movimiento del Concierto Emperador tiene la particularidad de ser, sino el único, uno de los pocos conciertos para piano y orquesta de aquella época en que el piano y los timbales hacen música juntos. Al término del movimiento −la espera del tutti definitivo y final− la orquesta calla mientras el piano y los timbales avanzan en un severo ritardando hacia la inmovilidad total.
Como por lo general los timbales están a la espalda del pianista, éste y el percusionista deben escucharse atentísimamente porque ambos están obligados a llevar el ritardando (o morendo) a la misma velocidad, exactamente.

La versión es del pianista nacido en Lituania, Kasparas Uinskas.



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sábado, 5 de febrero de 2011

Beethoven: Sonata "La Tempestad", Allegretto


Vista de Heiligenstadt, alrededor de 1820. (Acuarela de T.D. Raulino.)

Una de las escasas sonatas para piano a las que Beethoven habría dotado de nombre propio es la sonata N° 17 en re menor, compuesta en 1802, y llamada "La Tempestad". Si así lo hizo, fue de una manera curiosa: harto de la insistente pregunta acerca de su "significado", respondió un día en el colmo del fastidio: "...lean La Tempestad de Shakespeare".
En el verano de ese año 1802 y siguiendo la recomendación de un médico que le aconsejó "ahorrar" en oído pues se estaba quedando sordo, Beethoven decidió tomar unos meses de descanso en una tranquila localidad cercana a Viena, Heiligenstadt, célebre por la belleza y majestuosa calma de sus parajes. Allí escribirá una larga carta a sus dos hermanos que no enviará nunca y en la que confiesa con gran dramatismo el mal que lo aqueja, y dispone algunas medidas para cuando ya no esté en este mundo. De ahí que la carta sea conocida como el Testamento de Heiligenstadt, aunque Beethoven va a vivir todavía 25 años más.

Ya en 1801 había anunciado a su amigo médico Wegeler su preocupación por esta dolencia:
"... mi salud ha mejorado [se refiere a una dolencia intestinal]... a excepción de mis oídos que no dejan de dolerme día y noche. Llevo una vida de ermitaño [...] porque no puedo decirle a la gente que estoy sordo. ...Si estoy a cierta distancia de los cantantes o instrumentistas no puedo oír las notas más agudas... apenas puedo oír a una persona si habla a media voz, es decir, puedo escuchar el timbre de su voz pero no distingo las palabras...".

Un año después, en el Testamento de Heiligenstadt, lo vemos sumergido en un hondo lamento por la pérdida de la audición en su condición de músico:
"¡Ay! ¿Cómo podía yo proclamar la falta de un sentido que debería poseer en más alto grado que ningún otro? [...] Estoy alejado de la diversión... del placer de la conversación, de las efusiones de la amistad... [...] Tales circunstancias me han llevado al borde de la desesperación [...] Paciencia, así se me ha dicho. Esta debe ser mi guía. [...]
Al final, agrega una súplica desgarradora: "¡Oh, Providencia, garantízame al menos un solo día de sincera alegría!"

Quien esto escribe es un Beethoven de edad mediana, con sólo 32 años. Va a vivir hasta los 57, edad a la que llegará completamente sordo, lo que no habrá sido obstáculo para componer, entre otras bagatelas, la novena sinfonía, amén de las restantes quince sonatas para piano y el resto de toda su música.

La sonata está estructurada a la manera clásica en tres movimientos: rápido-lento-rápido; el tercero de ellos lleva la indicación de tempo allegretto, es decir, algo menos rápido que allegro, animado tal vez. Es una denominación algo ambigua, por lo que un allegreto puede tocarse unas veces con la vivacidad de un allegro y otras con la parsimonia de un andante. Si se toma la velocidad allegro, aquí sucede algo curioso, si somos dados a fantasear, o nos encanta aceptar como cierta una realidad dudosa.



¿Un joropo venezolano?
El movimiento está escrito en tres octavos (3/8), es decir, en cada compás se tocan tres corcheas o, lo que es lo mismo, seis semicorcheas, que es precisamente el caso. Es el mismo patrón rítmico de un joropo venezolano. En un joropo y en este allegreto se pueden contar, cantar o bailar seis semicorcheas por compás: un-dos-tres-cua-cinc-seis / un-dos-tres-cua-cinc-seis / ... etcétera.
Si por propia inspiración, le sumamos algo de sabor caribeño ("sentir" los acentos en los tiempos "débiles": tres y seis) podemos experimentar lo inusitado: bailar el tercer movimiento de la sonata n° 17, opus 31 N°2 de Ludwig van Beethoven. La velocidad que tomó la pianista ucraniana Valentina Lisitsa así lo permite. Toda una novedad.

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