domingo, 18 de marzo de 2012

Chopin: Polonesa Opus 26 N° 1

 

A 130 kilómetros al norte de Praga, la ciudad conocida como Karlsbad ya era célebre en el siglo XIX por sus fuentes de aguas termales y minerales. Hoy forma parte de la República Checa; su nombre original es Karlovy Vary y se encuentra convertida en una spa city que todos los veranos recibe la visita de numerosas celebridades.
Fue ahí, en Karlsbad, donde Chopin, durante tres semanas de agosto y septiembre de 1835 estuvo con sus padres por última vez. Frédéric viajó desde París y sus padres desde Varsovia, para volver a encontrarse luego de una separación de cinco años.

Un  biógrafo reciente de Frédéric nos cuenta que llegaron casi simultáneamente a mediados de agosto, alojándose en el hotel La Rosa de Oro, donde los reciben algunas viejas amistades, polacos exiliados residentes en la zona, con quienes comparten hasta el 6 de septiembre cuando viajan a Teplitz por unos días para luego visitar a los condes Thun-Hohenstein en su castillo, desde donde finalmente Nicolás Chopin y Justina partirán a Varsovia el 14 de ese mes. Frédéric se quedará una semana más con los Thun-Hohenstein, antes de regresar a París, donde está instalado desde 1831.

El biógrafo asegura que en esas tres semanas Frédéric compuso una mazurka, el vals opus 34 N° 1 y la Polonesa N° 1 del opus 26. (Escuchamos esta última en versión de la pianista ucraniana Valentina Lisitsa).



Nuestro biógrafo también señala que, durante esas tres semanas, además de componer, Frédéric amenizó las veladas tocando el piano para sus padres y amigos. Y en este punto, una gran amiga de este blog se ha planteado la inquietante pregunta: ¿en qué piano compuso y tocó Chopin durante esa estadía?

Natural resulta suponer que las composiciones habrán sido creadas en casa de los amigos polacos, tal vez en Teplitz, en el castillo de los Hohenstein, quién sabe. Puede ser, dice mi amiga, no muy convencida. Quiero creer, continúa, que si hoy gran parte de los hoteles admiten un piano en el lobby será porque una vieja tradición así lo manda. El hotel La Rosa de Oro fue un pionero, asegura: el piano vertical, algo desafinado, se encontraba en un pequeño y rústico comedor contiguo a la sala de recepción. En ese piano improvisaba Frédéric en las mañanas, y en las tardes tocaba para quienes estuvieran ahí presentes. Afortunada circunstancia, remató mi amiga, la de esos huéspedes que coincidieron con Chopin en esos días y que, durante la cena, pudieron escuchar trozos de música vírgenes surgidos de las manos de un joven pálido y delgado, que después de tocar, les sonreía como si no hubiese hecho nada del otro mundo.

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2 comentarios :

  1. linda historia, la ley escuchando la polonesa de la que hablan, me encanto

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    1. Hola, Víctor. Entonces hiciste lo que este autor siempre ha esperado de los lectores: que lean mientras escuchan.
      Saludos y muchas gracias por tu comentario.

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